Fundador de las Hermanas de la Providencia



Las Hermanas de la Providencia fueron las primeras e indispensables compañeras de aventura de San Luis, primero simples voluntarias friulanas, llamadas a darle una mano. Luego, poco a poco, fue madurando la decisión de fundar una comunidad religiosa, ya en 1845. Estando aún en vida su hermano se pensaba en una agregación unida a otra “familia”, a las Hermanas del Padre Antonio Rosmini, de quien el Padre Carlos era amigo y a quien don Luis admiraba por sus escritos y sus obras, o quizás alguna otra congregación.

Pero la cosa jamás pudo atracar en ningún puerto. Eran señales de la Providencia, le decía San Luis a su hermano, que al final le dio la orden para que él buscara las alternativas por cuenta propia.

Y fue así que surgió la congregación de las Hermanas de la Providencia bajo la protección de San Cayetano de Thiene, el santo de la Providencia. En realidad, el Padre Luis, muy devoto de muchos santos, las pondrá bajo la protección de la Sagrada Familia de Nazareth, la Virgen Santísima y San José, la “tierna Madre y guía”. El hijo de Dios, presente en la Eucaristía, único punto de referencia.

Las primeras colaboradoras eran almas sencillas y generosas, totalmente consagradas a Dios y al prójimo. Así quería que fueran “sus” religiosas: dóciles instrumentos de la Providencia en la valoración plena de su feminidad. No era una padre-patrón de las Hermanas sino su humildísimo “siervo”, como quería serlo también de los pobres y de los enfermos.

Y las quería valientes. Afuera por las calles de Udine en 1848, cuando se enardecían el cerco y los bombardeos austriacos, para socorrer a los heridos sin importar que fueran de un frente o de otro. ¿Miedo de morir? Claro que sí, pero se vencía el miedo a la muerte por el amor de Jesús. Luego de bendecirlas, les decía, si Dios quiere, “Arrivederci in Paradiso”, ¡hasta que nos volvamos a ver en el Paraíso!

Afuera, por los caminos del Friuli en 1855, cuando arreciaba el cólera y los pobres morían como moscas, las Hermanas iban a buscar a los enfermos en sus casas y los curaban, sin ningún temor de contagiarse de las enfermedades.

Además de que estuvieran fuertes espiritualmente, las quería también profesionalmente bien preparadas. Previendo los bombardeos austriacos y de la necesidad de socorrer a los heridos, el Padre Luis se preocupó de llamar al Dr. Giacomo Zambelli, para que preparara a las Hermanas y les diera los elementos indispensables de enfermería. La misma preocupación que tuvo para cualquier otra actividad de caridad: abrió una escuela profesional para las Hermanas que tenían que enseñar; a otras las envió para que aprendieran asistencia hospitalaria, además de prepararse en cuanto al lenguaje de sordomudos y entrenamiento para la atención de los enfermos mentales. Y toda nueva iniciativa era estudiada en sus particularidades para que nada fuera improvisado.


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