Santo consagrado a la Providencia

La Providencia en la compañera fiel de San Luis, era su punto de referencia olmo y seguro.

Ministras su amadísimo y muy estimado hermano Carlos aún vivía, don Luis trabajaba en la sombra, pero eficiente en la conducción de la casa, verdadero animador social y espiritual del grupo de mujeres que se habían reunido en torno a él para trabajar como voluntarias en la obra.

En 1854 muere su hermano Carlos y el Padre Luis debe asumir sobre sí toda la responsabilidad de la Casa y toma decididamente la guía de las Hermanas de la Providencia.

Fueron años muy duros los que se tuvo que pasar bajo las espuelas de Napoleón, un opresor y confiscador de los bienes de la Iglesia; amargo también el tiempo que se tuco que pasar bajo el gobierno de Austria que practicaba un “josefinismo” que frenaba, y no poco, la acción de la Iglesia; muy adversos fueron también los años del resurgimiento italiano después de 1866, bien marcados por el liberalismo, anticlericalismo a ultranza y la masonería. No resultaba fácil gobernar la Casa, no era sencillo llenar tantas bocas, se necesitaba mucho esfuerzo para salvaguardar la libertad de educación y la libertad religiosa.

La Casa vivía de la caridad, inclusive cuando se prohibió que se andara pidiéndola por las calles y poblados. Había momentos en que las Hermanas de la cocina se desesperaban por la falta de materia prima, inclusive faltaba la harina y la polenta. Don Luis las reconfortaba, iba a la Iglesia a rezar a San Cayetano y a los demás santos y luego volvía y le decía a la Hermana que fuera a sacar harina, donde antes no había nada. Pero entonces, milagrosamente, la había y alcanzaba para todos.

No uno sino muchos episodios como éste contaban las Hermanas y nos hacen comprender la relación privilegiada que el santo tenía con la Providencia.


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