Hambre, enfermedades y guerras en el Friuli


En el Friuli la carestía, el hambre, las enfermedades y las guerras marcaron los años de 1813 a 1817: las cosechas de esos años fueron de mal en peor, ni siquiera el “sorgo rojo”, la aftosis que atacó a los animales, la carestía en los lugares montañosos, las continuar lluvias en 1816, el cambio de guardia entre franceses y austriacos, la viruela y la tifoidea en 1817 que sólo en Udine dejaron alrededor de 2.000 víctimas en una población de 17.000 habitantes.
Un filipino, el P. Gaetano Salomoni, abrió en Udine la “Casa delle Derelitte”, poniéndola bajo la protección de la Virgen y de San Cayetano de Thiene, el santo de la Providencia. Allí acogió a las niñitas huérfanas y muy pobres o abandonadas; les daba de comer y las vestía, les enseñaba a leer, a escribir y a hacer cuentas, además de bordados y costura. Las primeras eran 19, en 1817 eran ya 40 que tenían menos de 12 años. Costureras y bordadoras eran las primeras “maestras” voluntarias friulanas: Sandra Marpillero de Venzone y Margarita Gaspardis de Sevegliano. En 1819 se llamço al Padre Carlos para que les diera una mano como ecónomo que en 1822 se convirtió en Director. Después don Juan Bautista Bearsi de Udine, y en 1829 el Padre Luis nombrado subdirector.

En auqellos años no era fácil llevar adelante uan casa de ese tipo ni dar alimentación a las chicas. Ya cuando era seminarista San Luis salía por los caminos del Friuli a pedir limosna, para dar una mano a su hermano. Pero después que de hecho la dirección de la casa quedó en sus manos, los ingresos se consolidaron. Sin duda alguna merced a la Providencia, en quien San Luis siempre tuvo una fe inquebrantable, pero también, por su propia iniciativa, con un carrito recorría muchas calles de los poblados friulanos recogiendo ofrendas y productos alimenticios. Con cierta frecuencia se ganaba insultos y también golpes. Se cuenta que cierto tipo le dio una tremenda bofetada porque lo consideraba un sinvergúenza: “Esto es para mí -fue la reacción de un santo- pero ahora ¿qué me va a dar para mis niñas?”. Estupefacto por la actitud de San Luis, aquel energúmeno le llenó de productos alimenticios y se convirtió en un bienhechor de la obra.

Fueron centenares las chicas a las que recibió en la casa; a ellas hay que añadir también a las jóvenes que fueron recibidas en la Casa del Provvedimento, s quienes se les aseguraba no solamente una educación humana y religiosa, sino también una preparación profesional de modo que después pudieran hacer frente a la vida con dignidad. Fue el mismo San Luis junto a sus colaboradoras, después Hermanas de la Providencia, que les daba clases de catecismo y también de astronomía, geografía e historia.


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