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La muerte ejemplar de un santo

La muerte ejemplar de un santo

La muerte del Padre Luis fue ejemplar. Había pedido llegar a ser una copia de Cristo y su última enfermedad fue una especie de Calvario, hecho de sufrimientos físicos y morales, que él supo afrontar con un espíritu de total abandono en Dios.

Se había preparado con el “noviciado para el Cielo”, bajo la dirección de Sor Agustina a quien le había pedido que le echara en cara sus defectos y culpas además de imponerle penitencias duras y humillantes. Para lograr vencer su falta de sumisión, el santo se puso de rodillas, implorándole en virtud de la santa obediencia que fuera su maestra de noviciado: “Ayudémonos mutuamente a ser santos”, le decía para animarla.

La enfermedad y la muerte no lo hallaron sin preparación, aunque el médico luchó para convencerlo de que debía quedarse en la cama: Tenía demasiados “asuntos que despachar” y no había motivo para dar tanta importancia “a una enfermedad tan insignificante como ésta”, decía.

Se trataba de un pénfigo, una forma grave de dermatitis purulenta. Decía: “Así quiere nuestro Padre que está en los cielos que sean las cosas, y así también nosotros debemos tomarlas”.

Asimismo, en los momentos de mayor sufrimiento: “Bonum mihi, Domine, quia umiliasti me” (Te agradezco, Señor, porque me has humillado).

Las Madres superioras de las casas, por turno, se acercaron a su cabecera, que se convirtió en su última cátedra de santidad. A cada una, indefectiblemente, le daba su despedida más cariñosa: “A rivederci un Paradiso”. Despuésm una noche, se le aparecieron las santas Ana, , Marta y las tres santas (María Magdalena, María Cleofa y María Salomé): “Las he venerado siempre -le confesó a Madre Cecilia, ala General-, esta noche han venido a avisarme”.

Antes de morir quiso despedirse de todos, inclusive del albañil, el jardinero, el jornalero; los abrazó a todos. Al final su última profecía parea las Hermanas: “La Congregación sufrirá tribulaciones, pero después todo saldrá bien. Debo irme para el mayor bien de la comunidad”.

Era el 3 de abril de 1884, cuando ya avanzada la mañana, el Padre Luis se unía a la compañía de los santos en el Paraíso.

En su funeral participó una gran multitud de gente. Sus restos mortales, por su expresa voluntad fueron llevados a la casa de Orzano que él había comprado para la provisión de hortalizas y víveres para la casa de la Providencia de Udine. Era una casa-granja que él visitaba con frecuencia y que la consideraba como un oasis de paz donde final quería descansar.

El 23 de abril de 1952, la urna con sus restos fue trasladada a Udine, depositada en la iglesia de San Cayetano, en la Casa de la Providencia de Udine, que es la casa madre de las Hermanas de la Providencia.


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